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  la Alemania de Bismarck
 

La Alemania de Bismarck


Durante las guerras napoleónicas, Alemania tuvo que soportar, otra vez la humillación de ver marchar a las tropas francesas sobre su suelo saqueando los campos y ocupando las ciudades. Los invasores dejaron un legado de resentimiento y amargura. Por su parte, Napoleón dejo otro de signo distinto: un sistema organizativo estudiado y perfeccionado, que Prusia decidió desarrollar con su precisión y eficacia características. Al mismo tiempo, tras el Congreso de Viena, el número de estados alemanes se había reducido desde más de cuatrocientos a tan solo treinta y nueve, con lo que Alemania dio un paso a delante hacia la unificación. Durante los cincuenta años siguientes, la cuestión crucial consistió en quien llevaría a cabo la unificación y quien ejercería la influencia dominante: Austria o Prusia.

Esos eran los estados más importantes de la Confederación Alemana, una amplia asamblea creada por el Congreso de Viena a instancias del príncipe Metternish de Austria. Ante el temor de no desempeñar de no desempeñar ningún papel relevante en una Alemania unificada, Austria pretendía mantener la división del país. La Confederación Alemana, débil desde el punto de vista organizativo y administrativo, sirvió para este fin y, de este modo, aseguro a Austria una participación importante en los asuntos alemanes.

Durante la revolución francesa de Julio de 1830 y al ser destituido Luis XVIII en favor del “rey ciudadano”, Luis Felipe de Orleans, las olas de esta conmoción llegaron hasta Alemania. Algunos estados, como Sajonia, adoptaron por primera vez un gobierno constitucional. A pesar de estas concesiones, el reinado de orden impuesto por Metternich se mantuvo intacto y prácticamente inexpugnable.

En 1848, ni siquiera Metternich logro contener los disturbios políticos de los estados alemanes. En febrero estallo la revolución en Francia que desemboco en la Segunda República bajo la presidencia de Luis Napoleón. Un mes más tarde estallaron revueltas a lo largo y ancho de todas Alemania; empezaron en algunos estados del sur, como Baviera, Wurttemberg y Beden, se extendieron luego hacia el norte, a Frankfurt, para trasladarse a continuación hacia el este, a Prusia.

En Berlín, los sangrientos enfrentamientos entre los manifestantes y las tropas forzaron al rey Federico Guillermo IV a refugiarse en Potsdam, donde reunió al ejercito a su alrededor, elaboró una constitución muy conservadora (que estuvo en vigor hasta 1918) y –siguiendo el consejo de un joven y enérgico ministro llamado Otto Von Bismarck– nombro un gabinete ministerial mucho más reaccionario que los anteriores. En cumplimiento de las ordenes del precitado ministro prusiano, el ejercito aplasto la insurrección con una eficacia rigurosa y despiadada.

Entretanto se reunía en Frankfurt el parlamento de la ineficaz Confederación Alemana. Tras largas deliberaciones, se ofreció la corona de una Alemania unificada a Federico Guillermo a cambio de una constitución más liberal para todo el país. El rey prusiano rechazo desdeñosamente esta oferta y se negó, como él decía, a “recoger la corona del fango”. Después de esto, ordeno a sus tropas reprimir cualquier actividad revolucionaria en Sajonia, Beden y otros estados. En 1849 se rehabilito la antigua Confederación Alemana, con Bismarck en calidad de representante prusiano.

No obstante, hubo un cambio que determinaría el curso de los acontecimientos. Las revoluciones de 1848 había derribado el gabinete de Metternich, y Austria –esperando “dar una lección a los estados alemanes”– había abandonado la Confederación. Esta acción se volvió en contra de sus promotores. Alemania, liberada del control de Viena, se volvió cada vez más hacia Berlín; Austria había renunciado a su intervención en los asuntos alemanes. Prusia tenía ahora carta blanca.

En 1861 murió Federico Guillermo IV y Guillermo I subió al trono prusiano. El nuevo monarca emprendió inmediatamente una reorganización general del ejército que restableciera parte del  estado militar creado por Federico el Grande un siglo antes e incrementaría el presupuesto nacional en un tercio. La oposición nacional a estas medidas provoco nuevas elecciones y el triunfo de un gabinete liberal que intento desbaratar los proyectos reales.

Durante un breve periodo, el rey estuvo a punto de abdicar. Después, por consejo del jefe del Estado Mayor del Ejército, nombro primer ministro a Bismarck. Este, al igual que los liberales de la generación anterior, quería una Alemania unificada. A diferencia de ellos, sin embargo, no pensaba que su fundamento debía ser una constitución liberal; por el contrario, se mostraba partidario de una autoridad central todavía más fuerte que lo que había sido hasta entonces. Creía que los problemas de Alemania no se podían resolver con concesiones democráticas, sino que únicamente mediante “sangre y hierro”. Bismarck se dispuso a llevar a cabo este principio por medio de lo que llamaba “revolución desde arriba”.

Bismarck ignoraba descaradamente la constitución cuando ello servía a su propósito. Desafinado insolente y arrogantemente la legislación liberal, emprendió la reorganización del ejército, exigió impuestos sin autorización, distribuyo las cantidades necesarias y forjo un nuevo y poderoso aparato bélico. Replicaba a las objeciones legislativas y de la prensa con medidas policiales, censura, destituciones arbitrarias e intimidaciones psicológicas.

Con el fin de apaciguar a las clases inferiores –especialmente al nuevo proletario urbano– Bismarck introdujo un programa de seguros sociales, el primero de este tipo en Europa. Y para desviar aun más la atención políticas de los asuntos internos, en 1864 creó una oportuna diversión al desafiar las pretensiones de Dinamarca sobre Schelswig-Holstein y, de este modo, provocar la guerra. Para impedir posibles dificultades, atrajo a Austria como aliado.

Frente a la fuerza conjunta de de Austria y Prusia, la resistencia danesa duro poco más de una semana. El aparato bélico de Bismarck había demostrado su eficacia de forma admirable y el primer ministro no solo acabo con los disturbios internos, sino que logro atraerse a la opinión pública. La oposición al estado militar y a los gastos que este suponía cedió paso a un entusiasmo nacionalista, a la embriaguez de la victoria y a los sueños de nuevas y grandes glorias marciales.

En 1866, Bismarck, sacando partido de estos sentimientos, provoco una segunda guerra, esta vez contra Austria. El conflicto duro siete semanas y destruyo cualquier vestigio de la influencia austriaca en Alemania. Prusia se anexiono, junto con otros estados, Schleswig-Holstein, Hannover y Nassau, así como la ciudad libre de Frankfurt. El resto de los estados de la Alemania septentrional constituyeron la confederación alemana del norte, en la que Prusia ejercía la influencia dominante.

Al mismo tiempo, Bismarck siguió la política de no humillar a sus adversarios más de lo conveniente. Como resultado, Austria evito una invasión prusiana y ofreció generosas condiciones de paz. Mediante un acto de magnanimidad cuidadosamente calculado se dejo a parte a los estados del sur –la Confederación Alemana del Sur– y se les permito conservar su soberanía.
 
En 1870, el astuto “Canciller de Hierro” propuso al príncipe Leopoldo como candidato para el entonces vacante trono español, gesto destinado a provocar a Napoleón III de Francia, que se enfrentaba a la perspectiva de verse rodeado de dominios de los Hohenzollern. El emperador francés reacciono como Bismarck había previsto y se sucedieron violentas negociaciones. Más tarde Leopoldo se vería obligado a renunciar a sus pretensiones, pero Bismarck, mediante una hábil manipulación de la prensa y la propaganda, creo un virulento estado de agitación favorable a la guerra tanto en su propio país como en Francia. Esta última, que considero ofendido su orgullo nacional, declaro la guerra el 19 de Julio de 1870.

Napoleón III, que no veía ninguna urgencia en la situación, movilizo sus tropas de forma tradicional y empezó a dirigirlas hacia la frontera. Al igual que todo el mundo, estaba convencido de que este conflicto, como todos los anteriores entre los dos países, se desarrollaría en suelo alemán. Pero mientras que Francia reunía confiadamente sus tropas, Helmut Von Moltke, jefe del estado mayor prusiano actuó con suma rapidez y, así, el 1 de Agosto –doce días después de la declaración de hostilidades – un ejército alemán de 400.000 hombres se encontraba en la frontera francesa, dispuesto a atacar. Antes de que el ejército de Napoleón pueda organizarse, las lanzas de Von Moltke habían penetrado en territorio francés.

Después de este hecho se sucedieron una serie de fulminantes victorias alemanas. Las fuerzas de Napoleón fueron vencidas tanto en el aspecto técnico como en el campo de batalla. El 2 de Septiembre –menos de dos meses después de la declaración de guerra– el propio emperador quedo rodeado en Sedán, viéndose forzado a rendirse con más de 100.000 hombres y a abdicar. En realidad la guerra había terminado y el camino hasta París estaba expedito para el victorioso ejército alemán, del que ahora formaban parte de la Confederación Alemana del Sur.

La noticia de la derrota de Sedán y de la abdicación del emperador llegó a París el 4 de Septiembre. La multitud tomo por asalto el palacio imperial, la emperatriz se refugió en el exilio y el imperio fue abolido. Se sustituyo por un gobierno provisional de defensa nacional que intento continuar la guerra. El 17 de Septiembre las tropas de Von Moltke sitiaron la capital. El 21 de Diciembre comenzó un bombardeo ininterrumpido contra el pueblo hambriento y, el 19 de Enero de 1871, la ciudad capitulo. Cuatro días más tarde se firmo un armisticio que estipulaba la elección de una asamblea nacional, el desarme de todas las tropas francesas en París y la entrada del ejército alemán. Esta asamblea confirmo el poder ejecutivo de Adolph Thiers, quien inicio las negociaciones con Bismarck. Mediante el tratado de Frankfurt, firmado el 1 de Marzo, Francia cedió Alsacia y parte de Lorena y se comprometió a pagar a Alemania una fuerte indemnización de guerra. Las tropas alemanas permanecieron en territorio francés hasta que se efectuó el pago.

En París, el pueblo se impacientaba por las negociaciones y por lo que ellos consideraban una paz deshonrosa. El desconcierto crecía por momentos y Thiers ordeno el desarme de la Guardia Nacional. Como consecuencia estallo una sublevación popular que obligo a Thiers, a sus tropas y a todos los funcionarios gubernamentales a buscar protección en el cuartel general alemán, en Versalles. Entretanto, en la capital se instauro un gobierno municipal experimental conocido como la comuna de París.

El 21 de Mayo Thiers regreso a la capital con el ejército regular con el propósito de acabar con los comuneros. Siete días después se restableció el orden; el ejército alemán protagonizo un desfile victorioso atreves de la ciudad asolada y después se retiro. Entretanto Thiers emprendió la tarea de conseguir dos fuertes empréstitos para que Francia pudiera pagar su indemnización a Alemania. En Septiembre de 1873 –dos años y medio más tarde– abandonaron Francia los últimos batallones alemanes.

Mientras los franceses la angustia de todos los problemas internos, Alemania disfrutaba de su triunfo. Con la incorporación de la Confederación Alemana del Sur poso a ser un país unificado.




 
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